miércoles, 27 de julio de 2011

Azufre y Agua Bendita. 27/7/2011


Llueve torrencialmente sobre el tejado de uralita que me protege en el albergue. Acabo de llegar de mi primera incursión a la Costa Rica campestre. Este país es un desbarre de foresta y animales. La vida se abre camino en cualquier grieta de las aceras, en cualquier terruño florecen plantas descomunales, de mil verdes distintos, y flores, insectos y alimañas. Incluso en el cráter ceniciento y yermo de un volcán brotan hierbajos ralos. Y eso que no me he alejado mas que 70 kilómetros de San José. Ardo en deseos de penetrar en la selva.

Hoy me he levantado puntual para mi cita con el volcán Irazú, situado al Noroeste. Es el más alto de los 580 que accidentan la geografía de este istmo (3.432 metros). Aún activo, erupciona cada 50 años más o menos. La última vez fue en 1963, el día que John Fitzgerald Kennedy llegaba al país en visita oficial y grandemente loada. Ese mismo año le volaron la tapa de los sesos, al hombre. Un busto recordaba su persona en Cartago, pero la rama de un árbol con ínfulas de Oswald lo tiro al suelo al crecer rápidamente. Ya no la volvieron a colocar.
En esta zona del país, cuando la naturaleza destroza algo, generalmente el hombre se rinde a lo evidente y da la guerra por perdida. Así por ejemplo, la primigenia capital del país era la citada Cartago, a los pies del Irazú, pero después de que fuese arrasada por completo (Delenda est Cartago, no viene de ahí, pero podría ser) por el volcán dos veces en apenas doscientos años, las autoridades optaron por llevarse la capitalidad a San José, mas guarecida de la lava y las nubes mortales.

Por ejemplo, la catedral de Cartago es ahora un parque. Solo quedan de ella los muros exteriores. Y era grande, de gruesas paredes y debió de ser hermosa. Lo mismo, el volcán la derribó y los feligreses optaron por no tentar más a la suerte.
Otro ejemplo. Las viviendas en esta region son de un piso por lo general, de paredes finas y colores vivos, y sus techos son de zinc. Se construyen asi porque hay tanta posibilidades de que se les vengan encima (terremotos, erupciones, corrimientos de tierra, inundaciones, huracanes...) que las hacen ligeras para que aplasten lo menos posible.

Todas estas cosas nos las ha contado Eddie, el simpático guía que nos ha llevado al volcán, al Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles, patrona del país y protectora de las Américas, y al valle de Orosi. Digo nos ha llevado un poco a mi pesar, porque fruto no sé si de un mal entendido o qué, mi día de hoy lo he vivido metido en un bus con tres brasileños y veintipico mejicanos ruidosos y divertidos con sus chavitos, más ruidosos aún.

La verdad es que, todavía somnoliento, me ha causado verdadera pereza ver el percal de los cuates de buena mañana, y más cuando el guía me ha presentado ante todos diciendo que era de Pamplona y haciéndome preguntas sobre los encierros ante las voces de asombro y los aplausos del grupejo.
Pero bueno, he hecho de tripas corazón y al final les he pillado cariño a los mejicanos, sobre todo a la hora de la comida donde hemos hablado de todo y me han hecho un test sobre mi edad, mi estado civil y mi profesión. Por cierto, oyendo los acentos latinoamericanos, melosos, dulces, suaves y divertidos, me doy cuenta de lo seco que hablamos el Español en el Norte de España. Y la de consecuencias que eso tiene en nuestra personalidad.

En el volcán, nos ha explicado Eddie que a veces se producen escapes de azufre y fumarolas que lanzan al aire gases venenosos. Justo cuando penetrábamos en el primero de los tres cráteres nos ha contado la historia de una familia de yankis que se derritieron literalmente por ese motivo hace unos años. "Así que ya saben, importante seguir el protocolo de seguridad: si ven correr a la gente, corran ustedes también", tenía guasa el hombre.

En el volcán me he llevado mi primera grata sorpresa. Los que me conocen saben que me deleito en la observación y conocimiento de los bichejos variopintos que moran en este mundo. De hecho, ese ha sido uno de los principales atractivos que he visto en Costa Rica para iniciar esta aventura. Pues imaginad cuando se ha acercado a mí un curioso coatí acostumbrado a los visitantes que le dan pan y otras chucherías. Si habéis visto Master and Commander, pensad en el médico y naturista Stephen Maturin cuando desembarca en las islas Galápagos.

Pues ese era yo, agachado y persiguiendo al coatí, que ha perdido el interés por mi persona en cuanto ha visto que carecía de viandas con que saciar su hambre.
Después de visitar el infierno de azufre que de momento duerme, hemos bajado al pueblo de Cartago para ver, como he dicho, la iglesia erigida en honor de la Virgen de los Ángeles. Cuenta la tradición que en el siglo XVII una indígena que recogía leña encontró una talla en piedra de la virgen y el niño. Al llevarla a casa la minúscula talla desapareció, y a los días siguientes volvió a encontrarla en el mismo lugar que la primera vez. La indiesita volvió a llevársela unas cuantas veces, siempre con el mismo resultado. Hasta que algún obsipo tuvo una revelación en sueños en el que la Madre de Jesús pedía que se levantase un santuario en el sitio donde se aparecía.

He podido comprobar la inmensa devoción que los costarricenses profesan a su Patrona. En la iglesia había una puerta para entrar de rodillas, y no eran pocos los fieles que así lo hacían, entonando en voz baja sus plegarias y letanías. Además, junto al templo hay una fuente de la que brota agua bendita y sanadora, de la cuál por supuesto he tomado un buen trago. Algo que me ha llamado la atención ha sido las ofrendas depositadas en el ostensorio de la iglesia donde descansa la talla que encontró la india. Las habían colocado allí feligreses que fueron objeto de milagro de la Virgensita. Había una rama de árbol astillada junto a una tarjeta de un campesino que explicaba cómo un día se cayó de un árbol y quedó ensartado en ella, pero que gracias a la intervención de María sanó sin secuelas. También había un remo con el que un náufrago luchó contra los tiburones desde su endeble balsa y salvó la vida gracias a la mediación de la Virgen, patrona por cierto de los que vieron hundirse su barco en la mar. Curiosas eran también las vitrinas con medallas y triunfos deportivos, colgados allí ya os podeis imaginar por qué.

De ahí, nos hemos ido a comer un plato de res (vaca) con arroz y ensalada junto a un río en el que practicaré rafting próximamente. Alrededor trabajaban campesinos el cultivo de cebollas, papas, zanahorias, mostaza y café. Todo lo que se siembra crece en abundancia y es de excelente calidad gracias a las cenizas volcánicas que, después de arrasar con todo, fertilizan la tierra. La Naturaleza, como Dios, aprieta, pero no ahoga.



PD: mi teclado sigue sin tildes ni eñes, pero he ido palabro a palabro copiando acentos y pegándolos, ¿Qué menos si he de impartir Lengua, no? Trabajo de chinorris, pero si se me ha escapado alguna, ahí se queda. Mañana a las seis, bus al Pacífico Sur. Agureees.

2 comentarios:

  1. Me encanta Mikel. Muy grande!!! a ver si me traes algun recuerdo!!! ;)

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  2. Decile al Eddie ese que no invente, Cartago nunca llegó a tener Catedral (para eso está la Basílica), cada vez que estuvieron a punto de terminarla de edificar, el Irazú explotaba o sucedía un terremoto (o ambos a la vez) y la dejaba en ruinas, tal y como se ve actualmente. El último intento fue a principios del siglo XX y el terremoto de 1910 (dicen los abuelos que causado por el cometa Halley) la dejó así como la viste.
    Ahhh y como te comentamos ayer, la capital nunca se pasó por la peligrosidad de Cartago, sino como consecuencia de la Primera Guerra Civil y el evidente poder económico y social que desarrolló San José.

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