miércoles, 27 de julio de 2011

El Empire State y los Gigantes. 25/7/2011


Pues resulta que escribo desde el albergue en el que pernocto en San José de Costa Rica. Perdón por las tildes, pero el teclado del ordenador es gringo. En Costa Rica en seguida advierte uno la influencia gringa. Los coches son enormes, tipo pick up y de marcas como Ford o Chevrolet muchos de ellos, en el español meloso que hablan los lugareños se insertan con frecuencia anglicismos, las series y películas van subtituladas y las dos conversaciones de más de diez minutos que he mantenido con dos costarricenses ha versado sobre yankilandia (crisis económica y auge de los hispanos).

Ahora mismo son aquí las 3 y pico de la mañana. Tengo los ojos como un mochuelo a causa del jet lag, los ronquidos de una francesa que yace en la litera contigua y los zumbidos de los mosquitos que parecen Spitfires a punto de lanzar un ataque. No preocuparse, siendo mi primera noche aquí me he bañado en antimosquitos Goibi, pero aun así el sonido de su vuelo es espeluznante en la oscuridad.

Mi viaje comenzó el lunes 25 a las 13 horas diez minutos. Era la festividad de Santiago en España, lo cual interpreté como un guiño del destino dada la naturaleza de mi pasada aventura asnil.
El vuelo fue largo (8 horas 8 minutos) pero placentero. Pude elegir entre un catálogo de películas que se me ofrecían en la cabecera del asiento delantero y visioné Malditos Bastardos en VO y Avatar en sudamericano. Además me encantó mirar por la ventanilla y observar el Océano Atlántico, con sus tiburones blancos y sus olas inmensas, que por supuesto imaginaba. Salimos de España por Finisterre y entramos en América sobrevolando la península del Labrador. Una inmensa planicie jalonada de entradas de mar y lagos por todas partes.

A Nueva York llegamos en medio de una intensa borrasca.
Después de pasar los indiscretos y pormenorizados controles yankis (¿es usted un nazi prófugo de la Segunda Guerra Mundial? ¿Ha sido condenado por delitos contra la infancia? ¿Lleva caracoles en la maleta o padece el ébola?).

Pisé por primera vez la tierra de las oportunidades ataviado con mi fedora (el sombrero que luciré en este viaje y que da nombre al blog) y mi macuto. Lo primero que hice fue sacar de la mochila unos vaqueros y el chubasquero, antes de volver a facturarla, luego de tomar un monorrail y un tren, atestado de neoyorkinos de película. Una señora negra aferrada a su bolso y con sombrero me dio coba durante el viaje, me sentía como si estuviese hablando con una celebridad, con una estrella de Hollywood (así de importante es la influencia fílmica de los americanos en mi imaginario. Veía un negro con gorra o un coche de policía y creía que iba a aparecer entre ellos Bruce Willis, Will Smith o Macauli Caulkin, aquel niño prodigio que acabó comiéndose los... en fin ya saben).

La primera imagen al salir del Madison Square Garden debió producirme la misma honda impresión que a cualquiera que no sea neoyorquino. El ajetreo, los bocinazos, las sirenas el ir y venir de gente, las miles de razas mezcladas, -chinos, negros, latinos, judíos-, las avenidas interminables. En fin, era Nueva York. Di un paso y un negro que me llamó Man con su inconfundible acento me endilgó un paraguas endeble por cinco pavos. Estuve tentado de regatear, pero luego recordé que era NYC, no Roma, y que acababa de llegar, así que me contuve. Y nada, eché a andar.

Eran las cinco de la tarde y mi vuelo a Costa Rica no partía hasta la siete y veinticinco de la mañana del día siguiente, así que tenía tres horas para pasear por NY y volver al aeropuerto a maldormir tirado en el ultimo tren. Iba mirándolo todo, buscando imágenes familiares (la verdad es que todas lo eran), sintiendo la lluvia en el paraguas, rozándome con la gente que transitaba veloz, oliendo a frijoles, hot dogs y frituras, viendo la riada amarilla de taxis que inundaban las calles.

Y así llegué al Empire State Bulding. Sabiendo que en tres horas no da tiempo a visitar NY como Dios manda, opté por subirme a un alto y echar un ojo. Y más alto que eso no había. 20 pavos y un ejército de botones pulcramente uniformados y con gorra de plato me fue indicando el recorrido hasta llegar a lo alto del edificio. Hacía mucho viento en la terraza y el chubasco arreciaba. Fue salir fuera y perder los cinco pavos del paraguas, que se deshizo como la mantequilla al primer soplo de aire. Me ajuste la capucha por encima del fedora y empecé a dar vueltas de 360 grados admirando las impresionantes vistas de la isla de Manhatan y sus pedanías.

Central Park, la ONU, el hueco de las torres gemelas, el puente de Brooklin y a lo lejos, una silueta borrosa por las nubes que debería ser la envidia de cualquier democracia digna de ese nombre: la estatua de la libertad. Ya sé que es friki, pero viéndola me vino a la cabeza nuestra estatua de los Fueros. Por su simbología y forma, se podría decir de manera osada que la nuestra es pariente lejana de la otra, la que vive allá en el pueblo, claro.

Viendo el trafico muchos metros por debajo de mi cabeza, me acordé de mi abuelo Paco, que aterrizó en la Gran Manzana en los años sesenta. Él tuvo el privilegio de recorrer la 5Th Avenue bailando el gigante europeo de la comparsa de Pamplona, con motivo de la Exposición Universal de aquel año. (En casa dejaron a los gigantes negros para no herir susceptibilidades en medio de las broncas de aquellos días en los USA, por cierto).

Con un par de paseos más viendo tiendas de lujo y Zara y deglutiendo una porción de pizza acabó mi visita a NYC. Monté en el tren de vuelta al aeropuerto de Newark sorteando a un tarado que balbuceaba cosas raras. Me despedí de esta gran ciudad con un sinfín de imágenes en mi cabeza, desde King Kong hasta Woody Allen, pasando por Friends. Y la abandoné con una única idea en la cabeza: volver.

1 comentario:

  1. Dicen que siempre hay que dejar sitios sin ver cuando visitas un lugar, para tener que volver con el tiempo... en tu caso te has dejado un millón de cosas que te obligan necesariamente a visitar NYC de nuevo, y te va a encantar aun más!!
    Yo en marzo me dejé la estatua de la libertad como asunto pendiente... Definitivamente volveré!
    Ma.

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