viernes, 29 de julio de 2011

La fuerza de la voluntad. 28 y 29/7/2011

Escribo estas líneas desde el campo base del Chirripó a 3.400 metros de altitud. Llevo dos días en la zona del Pacìfico Sur, lleguè ayer a Pèrez Zeledòn para reunirme con Carlos, un amigo de mi tìa Montse. En Pèrez Zeledòn me alojo en casa de Carlos, una cabaña de madera sin lujos pero muy acojedora. Està en el barrio de Quebrada, cuyas casas se diseminan por las colinas, justo donde empieza la selva.

Ayer hice mi primera incursión en los dominios del tigrillo y el tucàn. Nada màs llegar de San Josè a Pèrez, despuès de cruzar en autobùs el cerro de la Muerte (viendo las curvas, los precipicios y la bruma espesa como el cemento que oculta cada bache no es difìcil imaginarse el origen del nombre), fui con Carlos a su cabaña, donde conocì a algunos amigos como el joven Walter o Jairo. Una hora despuès de llegar, ya estàbamos cruzando la espesura para subir a un cerro empinado como un demonio que casi acaba conmigo. El motivo fue la tremenda humedad y el calor del bosque, que me hicieron sudar como en una sauna. Jairo llevaba un machete en ristre para aclarar la senda, que serpenteaba angosta entre la vegetacion impenetrable.

Al poco de partir, atravesamos un túnel de desagüe del que salía un fuerte chorro de agua y en el que habitan decenas de murciélagos que espantamos previa entrada. Para salir al otro extremo debimos andar agachados y en la màs completa oscuridad. No quiero imaginar què criaturas me observaban cada vez que echaba la mano a ciegas para apoyarme en aquel resbaladizo tubo.

En la selva, el recién llegado aprende rápido que si uno no se anda con ojo, està jodido. La maleza que camufla barrancos, la niebla que aparece sin aviso, los bichos que pueblan cada piedra o agujero, o los árboles en los que se apoya uno cuando está trepando pero que están cuajados de espinas como alfileres... ponen al hombre en su sitio.

Antes de llegar a la cumbre tras un penoso ascenso entre el calor sofocante, la vegetación, el barro rojo de la senda y las gruesas raìces, me rasgué el pantalón y la pierna con una de esas, lo cual me dio ocasión de estrenar mi saquito de costura y el botiquín en un día. Nada grave.

Despuès de una subida con trastabilleos, sudores y mosquitos (¿os acordàis de Robert de Niro en "La Misiòn", cuando carga sus armaduras para purgar la culpa en la selva? asì andaba yo màs o menos), alcanzamos el peñasco que corona el cerro. Para ello tuvimos que escalar un poco allí donde anidan los zopilotes, aves carroñeras que nos observaban desde las copas de las ceibas, pero que se quedaron sin almuerzo. Las vistas allì eran impresionantes pese a estar nublado.



Mañana haremos otra cumbre, la mencionada del Chirripó, la más alta del país, 3.820 metros. La ascensión de hoy hasta el campamento base (6 horas de pendiente, lodo y piedras) ha sido quizás más dura que la de ayer, con la diferencia de que en esta ocasión el calor ha sido frío y la humedad una lluvia torrencial que nos ha calado hasta los huesos sin hacer caso de capas ni goretexes. Eso sì, hemos visto ciempiés, periquitos y un colibrí.

Justo antes de llegar al refugio, terminada ya la selva, que daba paso a un paisaje pirenaico, la cuesta se empinaba hasta la ofensa. No en vano la llaman "la de los arrepentidos". Así andaba yo, muy por detrás de mi camarada, con el agua corriendo por mi cara y casi sin resuello (¡dónde queda junio, cuando subí con mi primo Josetxo y mi hermano el Bisaurín para bajarlo al galope!). Pero entonces he visto un letrero de madera en el que ponía lo siguiente: "Ahora que los pasos se hacen más lentos y que la energía da paso a la fatiga, prevalece un primitivo instinto del hombre: la fuerza de voluntad".

En estos momentos, ya estamos secos, bajo techo y con un par de caldos en el buche. Mañana el madrugón será atroz, pero merece la pena. Saldremos a las tres de la mañana para ver amanecer en la cima y bajar de nuevo. Todo un reto, sobre todo para nosotros, que no llevamos porteadores. Lo digo por una cuadrilla de gringos bien alimentados que ha subido con un guía y un caballo enjuto y tristón para los bultos. ¡¡Qué tropelía!! ¿A qué desalmado se le puede ocurrir cargar a una pobre bestia con las mochilas de uno?

1 comentario:

  1. Pero que bien está el albergue del Chirripó, ahora con wifi y todo. La última vez que subí en el 2007, solo habia comunicación por radio de emergencia y el agua de las duchas era tan fría que tenía la capacidad de separar el alma del cuerpo. Probablemente eso siga igual. Excelente que subieras el Chirripó, es de lo mejor que tiene Costa Rica, personalmente es mi lugar favorito. La pureza que se respira, se bebe y se siente, no tiene comparación.

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