Aina, yo, Eliú, Elena, María y Paula. Pizzas recalentadas pero sabrosas. |
Tecleo hoy desde la ciudad de Granada, no la de la Ahalambra y García Lorca, sino la que levantaron los españoles a orillas del lago Nicaragua en 1524, la más antigua fundada por nuestros antepasados en el Nuevo Mundo.
Otra vez, tras el paso por Tortuguero, regresé ayer a San José, la capital de Costa Rica. Esta vez no lo hice solo, ahora formaba parte de la "Comunidad del Hatillo", que integraban mis amigas maestras Paula, Aina, Elena , María y el mexicano Eliú. Diversas procedencias, un único objetivo: ver mundo.
Nos despedimos por la noche en un bar de música en directo de la capital tica, brindando por América y por Paula y Aina, que continuarán su viaje por el continente durante un año más. Esta mañana, la Comunidad del Hatillo fue disuelta temprano. Elena y María regresaron a España, Eliú volvió a Montezuma para seguir tocando percusión y vendiendo su artesanía, Paula y Aina partieron a mi querido Puerto Jiménez (no sin llevar un recuerdo de mi parte), y servidor se montó en un autobús durante diez horas para atravesar la frontera del último país de su viaje: Nicaragua.
Todavía no entraba mucho polvo. |
En el viaje de hoy, tuve a mi vera al señor más grande del autobús, un negro panameño que pesaría ciento y pico kilos abierto en canal, y que desbordaba su asiento por delante (sus rodillas inmensas han debido de dejar marca en el asiento delantero) y por los lados. Pasó gran parte del tiempo roncando y dando cabezadas, de las cuales algunas fueron a parar a mis hombros, recordándome otra escena de Moby Dick, aquella en la que el protagonista Ismael se ve obligado a compartir lecho con un inmenso caníbal llamado Queequeg.
Cuando no dormía, esta mole oscura de gran corazón me hablaba del amor de Dios y de que si lo positivo del hombre se impusiese a la negatividad, si triunfase el perdón entre los seres humanos, se acabarían los males de este mundo. El hombre viajaba con otro grupo de panameños, integrantes de una asociación cristiana, rumbo a Honduras para difundir ese y otros mensajes de paz.
Aunque al principio me dio un poco de pereza, escuché atentamente a este hombre predicar con la palabra y hablar de amor entre los seres humanos.
Ahí sí. Polvo rico. |
A todo se le puede dar la vuelta, y a todo se le puede buscar un lado positivo, decía Aina. Las cosas ocurren porque tienen que ocurrir. Creo que no se equivoca. De todo se aprende algo, también de las malas experiencias y de las frustraciones, y es importarse no obsesionarse con aquellos elementos que uno no puede controlar (retrasos de autobús, hostales repletos, taxistas sin escrúpulos, barcos estropeados). Para disfrutar de un viaje de aventura, las dificultades hay que afrontarlas como vienen, sin agrandarlas, sin tremendismos, valorándolas en su justa medida.
Es lo que mis amigas llamaban "la vida sencilla". Ambas tienen una consigna, una frase para este viaje extraído de algún libro de autoayuda, pero que repetida en voz alta, y en el contexto adecuado tiene una gran carga de significado. Dice así: "Hemos elegido vivir en el mundo sencillo, donde todo es fácil. No dejes que el dictador del mundo complicado te lleve a su terreno".
Ahí José -Queequeg- gran persona en todos los sentidos. |
A punto de concluir el viaje (el 28 tomo el avión rumbo a casa), puedo decir que todo me ha salido hasta ahora bien. Y lo que no, será un bonito recuerdo en mis memorias. Vine sin preparar una ruta, sin haber concretado hoteles, trasnporte o cosas que ver y hacer. Sin preocupaciones ni ansias.
Hoy es el primer día que puedo decir que algo ha agriado durante un momento mi caracter. Recién bajado del autobús, un taxista sin escrúpulos me ha intentado timar de un modo miserable. He discutido agriamente con él, reduciendo el timo, pero sabiendo que todavía me estaba tratando de turista imbécil. Cuando me bajaba del taxi con el escozor de la derrota y la impotencia de haber sido engañado sin remedio, le he dado las gracias al taxista y le he tranquilizado: "No se preocupe, no empaña usted mi viaje, ni siquiera mi día, pese a que llevo en Nicaragua menos de un cuarto de hora".
Acto seguido he encontrado un hostel y sus dueños, padre e hijo, me han rebajado del precio de la noche la cantidad que han estimado que aquel hombre me ha estafado. Ha triunfado el mundo sencillo.
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