sábado, 6 de agosto de 2011

Corcovado o la visión de Dante. 6/8/2011


Si hay en el mundo un lugar en el que el cielo y el infierno se entremezclan, ese es sin duda Corcovado. Estoy deshecho y he quedado, así que no me extenderé mucho.

Acabo de regresar del lugar más inhóspito, bello y hostil de Costa Rica. National Geographic describió este parque nacional financiado por Taiwán como uno de los lugares del globo con mayor biodiversidad.


Solo dos senderos bordean esta masa de selva virgen que rebosa en la península de Osa, como si al hombre le estuviese prohibida la entrada a este lugar salvaje asentado sobre yacimientos de oro. Son senderos tortuosos en los que la
luz apenas traspasa las copas de los árboles y en los que la vegetación obliga al caminante a realizar fatigosos tramos por la ardiente playa en más de una ocasión.

Una así viajaba en mi testa.
Eso hice ayer y eso he hecho hoy. Bajo un sol sofocante, he perdido mil litros de agua, me han masacrado los mosquitos, han reptado serpientes junto a mis botas, he llevado en mi fedora una araña del tamaño de un cangrejo, he cruzado con el agua a la cintura la desembocadura de un río infestado de caimanes y tiburones toro.
 
He visto a cocodrilos marinos de cinco metros tomar el sol en la otra orilla. He aprendido a olfatear a los misteriosos y gigantescos tapires, y los he observado entre la maleza. Me he fabricado un palo a machetazos para ahuyentar los pumas...



En Corcovado todo es bello y brutal. El colorido de las mariposas, el canto de las aves, el romper de las olas, la magnificencia del paisaje y de las criaturas que moran en ese lugar... Son la cara de una moneda cuya cruz son los depredadores, las corrientes marinas, el veneno, la sed... Cielo e infierno.

Podría contar más, las historias de ataques de animales salvajes que me refirió Roberto, mi Virgilio por ese limbo verde y azul. O las tiranteces de éste con Marion, la mujer que me acompañaba en la expedición, por su modo de quejarse de las incomodidades de la selva "a la francesa". Podría explicar el miedo, la euforia, el silencio de la jungla y el ruido ensordecedor. Podría describir la placidez de un descanso y el riesgo de detenerse en algunos dominios, mi visita a los vampiros, el hedor de los temibles pecaríes, el dolor muscular, la humedad asfixiante, las rozaduras tras ocho horas de marcha, los chillidos en la negra noche tropical. O Las tres horas de viaje sobre un tablón de madera en el cajón de una pick up atravesando ríos y quebrando amortiguadores.

Podría relatar muchas cosas, pero estoy exhausto. Bien pensado, Corcovado, cielo e infierno, no se puede contar. Hay que (sobre)vivirlo.

El agua de coco verde extraída a machetazos no tuvo precio en aquella sauna.

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